Virgen pero herida: la historia de una niña que sobrevivió al abuso y encontró su propósito.
Desde fuera, parecía una niña como cualquier otra. Sonriente, tranquila, obediente. Pero dentro de ella habitaba una herida profunda, sellada por el miedo, la vergüenza y el silencio. Nadie imaginaba que detrás de esos ojos había años de abuso, noches de llanto oculto, y un alma fragmentada que buscaba desesperadamente entender por qué.
Desde muy pequeña, fue víctima de abuso sexual. El infierno comenzó antes de que pudiera comprender lo que pasaba. Durante trece años, su infancia fue marcada por el miedo constante, la manipulación y el dolor. Las noches eran largas, los días confusos. La niña que fue, se acostumbró a sobrevivir en medio del silencio, creyendo que todo era culpa suya. Creció sintiéndose sucia, indigna y rota.
En medio de ese caos, decidió guardar su virginidad. Era una decisión consciente, una forma de proteger lo poco que sentía que le quedaba. Tal vez era un intento de controlar algo en su vida, o una esperanza de redención.
A los 21 años, se casó por lo civil y por la iglesia. Llegó virgen al altar, pero con el alma marcada por heridas profundas. El amor de su esposo era genuino, tierno, real. Pero ella se sentía incapaz de recibirlo. Se veía indigna de amor, incapaz de entregarse, presa del pasado que aún la perseguía. La culpa y el dolor eran más fuertes que el deseo de quedarse. Y así, terminó alejándose de ese amor.
Durante los siguientes siete años, se apartó de Dios. Se sumergió en una vida mundana, buscando llenar el vacío con distracciones, pero nada la satisfacía. La ansiedad, la depresión, la ira y el auto-rechazo se volvieron parte de su día a día. Se preguntaba una y otra vez: «¿Por qué yo, Dios? ¿Por qué tuve que vivir algo tan doloroso?». Sentía que merecía lo peor, que estaba destinada al sufrimiento.
Fue en ese lugar oscuro, cuando pensó que no había salida, que algo dentro de ella comenzó a despertar. Una chispa de conciencia, un clamor por sanar. Tocó fondo, pero ese fondo fue el comienzo de su reconstrucción.
Volvió a encontrarse con Dios, pero esta vez desde su herida, no desde la apariencia. Comenzó un proceso profundo de sanación: sanar a su niña interior, perdonarse, entender que nada de lo que vivió fue su culpa. Comprendió que su valor no dependía de lo que le hicieron, sino de lo que era: una mujer valiente, sensible y con propósito.
Hoy, su historia no es solo un relato de dolor, es un testimonio de transformación. Ella elige compartir su historia no para exponerse, sino para liberar a quienes aún viven en silencio. Descubrió que su pasado puede ser luz para otros. Y entendió que, aunque fue herida, no está rota. Aunque fue abusada, no está destruida. Aunque dudó, Dios nunca la soltó.
Ella fue virgen al altar, pero su alma estaba herida. Hoy, su cuerpo, su alma y su voz caminan libres. No por lo que vivió, sino por lo que eligió ser después del dolor.
Si tú también has vivido una historia de abuso, recuerda: no fue tu culpa. Mereces sanar, mereces vivir libre, mereces volver a creer. Tu historia no termina en el dolor. Puede empezar justo ahí.